miércoles, 5 de febrero de 2014

Mujeres maltratadas por ellas mismas


Liliana Mizrahi

Agosto 6//2012


“hace unos años, en un ataque de locura en medio de una pelea conyugal, comencé a romper un juego de té de porcelana Limoges que había encontrado como oferta porque tenía algunas fallitas. Era absolutamente blanco y yo disfrutaba mucho ese juego. Comencé a tirarlos al piso y miraba cómo se hacían trizas y no podía parar.  Me pregunto ¿porqué me hice eso? Rompí algo mío, que me gustaba tanto. Me lo hice a mí misma, yo sola. ¿Me estaba castigando?” (testimonio)
Continúo pensando en las mujeres y la violencia, el maltrato y su prevención.
En esta nota pensé en el auto-maltrato, la auto-agresión de las mujeres.

En el patriarcado la bronca de las mujeres es sancionada y culpabilizada. No está bien que las mujeres se pongan violentas y digan cosas impropias que nadie quiere escuchar. No está bien que la mujer se enoje, rompa o grite. Una mujer enojada y violenta es fea y mala, aunque tenga razón, eso es lo de menos.

Las mujeres, no creo que tengamos transitada/tramitada/elaborada, ni muy vista nuestra propia agresión. No tenemos una relación inteligente, en el sentido de inteligir  nuestra agresión.
Tenemos una relación prejuiciosa e inducida por el Patriarcado, un vínculo culposo y auto-condenatorio cargado de acusaciones y confusiones. Nuestra agresión y la culpa que nos produce, pueden manejarnos, sabotearnos, herirnos por el malentendido que suponen.
A veces, ni nos damos cuenta de la rabia y la culpa que hemos acumulado.

Tememos  nuestra agresión, nuestra capacidad de violencia contra nosotras mismas/ o contra otros, nuestro descontrol.
 Y esa misma cultura que la sanciona y condena, también la utiliza en contra de las mujeres mismas, para que muchas crean que tienen que vivir sentadas en el banquillo de los acusados y en lo posible dando la otra mejilla.

El patriarcado dice: Las mujeres no deben ser agresivas ni defenderse, sí obedecer y someterse. Las mujeres deben ser pasivas y dependientes.

Las mujeres no conocemos bien nuestra propia agresión.
No la hemos explorado lo suficiente. La reprimimos. La escindimos/ disociamos y la negamos. Nos da miedo, vergüenza mirarla, re-conocerla, pensarla, hablarla.
¿Hacemos algo?… sí: nos sentimos culpables, que es la forma de confundirnos a nosotras mismas, desorientarnos y debilitarnos. Que en realidad es eso lo que importa: que las mujeres sean débiles.

Nuestra propia violencia reprimida nos debilita.
La represión cansa y debilita y nos deja a merced de esa misma violencia, que en cualquier momento se expresa, irrumpe sorpresiva, explosiva hasta para la mujer misma. Mujeres maltratadas por ellas mismas.
La rabia, la frustración, el malestar queda atrapado en un proceso subterráneo (o subcutáneo), del cual la mujer tiene poco registro conciente, es un proceso disociado de la conciencia, y va por una vía que no se toca con la realidad.

“Eso oscuro que me pasa, no me pasa en realidad. Esto que es, no es.  Va por otro lado que yo aparto de mí, y creo que tengo la llave, el control, hasta que exploto y ahí me doy cuenta que tiene que ver conmigo y debí atender ese malestar antes.”

Las mujeres hacemos esas cosas:
**nos disociamos de aquello que no queremos ver, ni darnos cuenta y menos pensar.
**Seguimos adelante a pesar de que la realidad nos muestre con claridad que, “algo” pasa y las cosas no son así como creemos.
** Seguimos adelante sin ver, sin querer ver, ni que nos muestren, ni oír acerca de algo de lo que no queremos enterarnos.

No entendemos bien nuestra bronca o nuestra frustración, no la legitimamos, y creemos que ya se nos va a pasar. La banalizamos. Minimizamos su significado. Aguantamos. Soportamos. En determinado momento explotamos… ¡¡Buumm!!... Somos capaces de romper todo. Golpear. Golpearnos. Tirar cosas por la ventana. Revolear cuadros. Trompear vidrios. Patear puertas. (siempre lastimándonos) En una sola frase: volvernos locas, lastimarnos, auto denigrarnos.
Lo cual es ideal para que nos digan:
¿ves ves que sos una loca? Esa frasecita, nos vuelve más locas aún.

Es hora de asumir la titularidad de las propias conductas.
Si una se vuelve loca o se hace la loca, porque tiene una montaña de frustración y odio que no ha podido resolver con madurez, tiene que hacerse cargo. Asumir la titularidad de su conducta, es darse cuenta que una es capaz de comportarse como una loca, pero es posible también  hacer una autocrítica que nos sirva para aprender algo de esos ataques de locura, que nos sirvan para algo mejor. Y tampoco tener tanto permiso para seguir “haciéndose la loca” y lastimarse. En ningún momento esa mujer piensa: me estoy haciendo daño. No debo hacerme esto.

Hay mecanismos de autoagresión importante en las mujeres.
En los varones también. Instinto de muerte, disociado en contra de nosotras mismas. Hemos incorporado al agresor y nos hemos identificado con él/ella.
¿Somos nuestros torturadores?
Nos identificamos con el maltratador / y nos maltratamos /y maltratamos a otros/ tal como sentimos que nos maltratan. Las mujeres podemos llegar a ser violentas con nosotras mismas. Nos lastimamos de muchas maneras. Nos abandonamos. Nos odiamos. Nos descuidamos. Nos sobre-adaptamos. Nos sobre exigimos. Somos perfeccionistas. Nos pasamos de rosca. Exageramos. No buscamos ayuda.

La bronca que acumulamos, gracias al malentendido con esa misma bronca que nos hace sentir culpable, hace que, si tenemos bronca, estemos en deuda, hipotecadas en esa culpa que nos inoculan, y así seguimos acumulando material explosivo. Lo reprimido fermenta, es material explosivo, que siempre vuelve.
El retorno de lo reprimido es infalible.

Reconocer nuestra agresión, asumir la titularidad de la conducta agresiva, reconocer si hubo daños, hacer nuestra autocrítica, pedir y pedirnos disculpas y también legitimar la conducta, porque en la realidad, no somos locas y si tenemos un ataque de locura es porque todavía no aprendimos a decir las cosas de otra manera más madura.
Y de eso se trata crecer, poder decir natural, directa, sencillamente lo que sentimos y nos pasa y deseamos o nos molesta, decirlo sin miedo y sin culpa.

También me parece que si sabemos más acerca de nuestra propia violencia, sabremos más acerca de la violencia del otro. Y es, de la energía de esa misma violencia, la fuerza que podemos usar para aprender a defendernos.
Transformar en algo útil la bronca y la impotencia.

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